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miércoles, 26 de febrero de 2014
RELATO HOT: ADOLESCENTE Y PUTO
Os voy a contar mi historia, por si a alguien le interesa. Tengo 18 años, vivo en una ciudad del sur de España, y pertenezco a una familia de clase baja. Terminé de mala manera los estudios obligatorios y llevo ya tiempo en el paro, esperando algún trabajo con el que poder ayudar a mi gente, pero el trabajo no llegaba. El caso es que un día, hablando con un amigo al que hacía tiempo que no veía, me dijo que le habían dicho que algunos chicos iban a un parque que hay por el centro donde, por las noches, algunos hombres pasaban con sus coches, los recogían y les pagaban dinero por mamarle la polla a los muchachos. Como os podéis imaginar, a mí aquello me dio como asco, porque mis (pocas, es verdad) relaciones sexuales siempre habían sido con chicas, algunas mamadas e incluso una, la Trini, a la que me la pude follar. Lo de que un tío te la chupara me resultaba más bien asqueroso, pero mi amigo me dijo que le habían dicho que se podía ganar treinta euros por una mamada, y eso me puso a cavilar: treinta euros sólo por una mamada… Si te la maman, tú no eres maricón, sólo te dejas que te la chupe un tío, que es el mariconazo, pensé. Y si…
Lo cierto es que en mi mente iba forjándose una idea. Si por la noche iba a aquel parque y conseguía captar la atención de esos maricones, podría llevar a mi casa un dinerillo que nos vendría estupendamente. Es verdad que la sola idea de que un tío se metiera mi nabo en la boca me desagradaba, pero la recompensa era estupenda…
Después de darle varias vueltas al tema, aquella noche ya estaba decidido a probar. De todas formas, no tenía nada que perder; si un tío me la mamaba, eso no me convertía en maricón, me repetía, y yo me volvería a casa con un dinero que nos hacía falta.
Así las cosas, aquella noche, a eso de las diez (era invierno, ya era noche cerrada), me fui al parque a ver como se me daba la cosa. Había por allí algunos chicos, aunque me pareció que yo era el más atractivo: soy alto y espigado, guapo y con planta viril, y los otros eran más bien poquita cosa. Pensé que podía tener éxito. De vez en cuando pasaba algún coche despacio, como observando la mercancía. Yo no sabía muy bien como actuar, así que me limitaba a quedarme apoyado en una farola, a ver si alguno de los que pasaba me hacía alguna señal, o algo.
El caso es que a los pocos minutos un BMW que venía despacito se paró a poco más de tres metros desde donde yo estaba. El tío bajó el cristal de la ventanilla y me miró con ojos lúbricos. Yo suponía que debía acercarme, y así lo hice, aunque estaba bastante nervioso.
--Hola—me dijo el tío. Tenía como cuarenta años, buen corte de pelo, vestía traje y corbata; igual venía de trabajar y se pasaba por el parque para comerse un carajo joven, pensé.
--Hola—le contesté.
--¿Qué haces por aquí, guapo?
--Nada—le dije. Improvisé: --Espero si viene alguien que me quiera dar un paseo…
Yo mismo me sorprendí de la desenvoltura de la respuesta, incluso del toque picante que le puse a lo del paseo.
El tipo se pasó la lengua por los labios, lascivamente. Aquel cabrón me miraba desnudándome. No era feo, incluso diría que guapo. Llevaba su edad muy bien. En la mano derecha, que tenía puesta sobre la ventanilla, se veía una alianza de oro: el tío estaba casado…
--Pues me encantaría darte un paseo, si tú quieres…
Me miraba el paquete y se relamía. Yo estaba cada vez más nervioso, pero había ido allí a lo que había ido, y la cosa iba bien.
--Vale, pues venga, vamos.
Di la vuelta al coche y abrí la puerta. Me senté dentro de aquel cochazo; nunca había estado en un vehículo como aquel, tan lujoso. Era una maravilla, grande, espacioso, con un aspecto estupendo.
El hombre puso el coche en marcha y nos fuimos de la zona del parque. Condujo hacia las afueras, y no tardando mucho aparcó el coche en una zona con árboles.
Entonces me dijo.
--¿Cuánto cobras?
Yo, tragando saliva, le dije:
--Treinta euros.
El hombre sonrió. Sacó la cartera y me dio dos billetes de veinte euros.
--No… no tengo cambio—le dije.
--No te preocupes, quédatelo…
Me sonrió de nuevo y me puso la mano sobre la bragueta. La verdad, con los nervios del momento y la excitación de la situación, tenía la polla morcillona y poniéndose crecientemente dura. El hombre me masajeó un poco el paquete.
--Veo que estás poniéndote a tono, ¿eh?
Yo asentí casi sin saber que hacer.
--No te he visto antes por el parque.
--Es que… es la primera vez que vengo.
Entonces el hombre sonrió de nuevo.
--Un chico virgen, mmm.
Y se relamió los labios de una forma que hizo que la polla se me pusiera más dura.
--Vaya, parece que te gusta lo que te digo—me dijo mientras notaba con su mano como mi nabo se ponía duro como una piedra.
Yo sonreí un poco, la verdad, no sabía cómo actuar.
Él lo hizo por mí. Me desabrochó el botón de los vaqueros, me bajó la cremallera y rebuscó en mis boxers; enseguida sacó mi nabo, que ya estaba duro y rezumante de precum. Tengo que reconocer que estoy bastante bien servido, una polla de 18 cm., con un capullo grande y gordo.
El tío dijo:
--Qué cosa más rica…
Entonces bajó su cabeza hasta mi pelvis y, cosa rara, noté como empezaba a olerme el nabo.
--Oiga, que me he lavado antes de venir.
--No, no te preocupes… si me encanta este olor a macho joven…
Y entonces sacó la lengua y me dio un lengüetazo sobre el glande. Aquello fue como una descarga eléctrica. Si quedaba algo en mi polla por ponerse duro, aquella lengua sobre mi capullo hizo que se terminara de poner como el cemento. El hombre me cogió la polla con la mano y se la metió en la boca. El tío no era la primera polla que se comía, estaba claro. Lo hacía con maestría, metiéndosela entera hasta adentro, sacándosela y lamiendo los lados; después se dedicó a chuparme los huevos, lo que me pareció muy excitante, para volver a subir hasta mi glande y redoblar sus esfuerzos. Yo estaba muy excitado, pero reconozco que soy duro de pelar para correrme. Sin embargo, el tío empezó a lamerme con la lengua justo debajo del glande, en la zona más sensible del nabo, y comenzó a hacerme una paja mientras me restregaba su lengua por mi capullo. Sentí que me iba a empezar el cosquilleo de la corrida, así que se lo advertí.
--Me voy a correr…
Entonces, como si fuera una señal, dejó de chupármela.
--¿Ya hemos acabado? –Le dije, al ver que se levantaba de mi regazo.
--No, qué va, queda mucho.
No sabía a que se refería, pero entonces ví que se abría su propia bragueta y sacaba un pollón considerable.
No entendía nada. ¿Qué es lo que quería aquel hombre?
Entonces me cogió la mano y me la puso sobre su nabo.
--Oiga, que yo no soy maricón, que yo no hago esto.
El hombre me miró divertido.
--¿Qué te crees, que te he dado 40 euros sólo por mamártela? Por ese precio me la tienes que chupar tú a mí también.
Me quedé de piedra.
--Pero, pero, me habían dicho que por 30 euros sólo había que dejársela chupar…
--¿Y te lo creíste? Por ese precio hay chicos como tú que dan hasta el culo… Lo que pasa es que nadie lo reconoce, y sólo dicen que es por dejársela mamar… Pero vamos, si no quieres, no pasa nada, me devuelves el dinero y tan amigos…
Aquello me dejó cavilando. Tenía en mi bolsillo 40 euros, que eran míos, pero podían dejar de serlo en un momento. La verdad es que tenía un calentón tremendo, y aquella polla del hombre tenía una pinta de lo más apetitosa: grande, brillante, rezumante de líquidos… Decidí que lo mejor era no pensar y actuar. Casi con violencia, me incliné sobre el regazo del hombre y me metí su nabo en la boca.
--Tranquilo, chico, tranquilo—me dijo el hombre, mientras me tomaba de la cabeza y guiaba mis chupetones.
Tengo que decir, en honor a la verdad, que el sabor de aquel cacharro era cualquier cosa menos asqueroso: sabía raro, pero era muy morboso. Sentía en mi boca aquella cosa blanda y dura a la vez, aquella carne caliente, y sentí como mi propia polla, que se había quedado morcillona con la conversación anterior, que había enfriado mis ánimos, volvió a ponerse a tono y la noté dura como el pedernal. El tío, que no me había soltado la polla, se dio cuenta enseguida.
--Vaya, parece que a nuestro machito le gusta tener la boca llena de polla…
Hice caso omiso al comentario, aunque tenía que reconocer que tenía razón, y seguí mamando aquella herramienta, aquellos 20 centímetros de polla. No tenía experiencia, pero recordaba como me la había mamado hacía unos minutos el hombre, y procuraba hacer como él. Incluso me sorprendí sacándome el carajo de la boca y chupeteándole los huevos. Los tenía rasurados el tío, y aquellas dos bolas en mi boca me provocaron un extra de excitación. El hombre notó en su mano, que seguía aferrada a mi polla, aquel espasmo, y me dijo:
--Jovencito, tu polla habla por ti, parece que te está gustando tela…
Yo seguí mamando, cada vez con más ganas, porque no me saciaba de tener aquel pollón en mi boca. Hasta entonces sólo había podido metérmelo hasta la mitad, de lo grande que era, pero recordando lo que me había hecho el hombre, intenté meterme el nabo entero en la boca. Pero cuando chocó la punta del glande en la campanilla, pensé que era misión imposible. Entonces el hombre me dijo:
--Ahueca la garganta, ya verás como entra.
Creí saber lo que me decía y, en uno de sus embates, procuré ahuecar, como me decía, la garganta. A la primera no entró, ni a la segunda, pero a la tercera vez noté como aquel obús me entraba limpiamente en la garganta, y al momento tenía la polla encajada entera, con mi nariz enterrada en su vello púbico y el labio inferior chocando con los huevos. Me parecía que tenía un camión metido en la boca, toda llena de aquella polla prodigiosa.
--Oh, eres un gran puto, chico, que capacidad para tragar polla—me dijo el tío, mientras jadeaba.
En esa posición, el tío me cogió por la nuca y empezó a follarme la boca como si fuera un coño. Yo tenía que ahuecar la garganta en cada embestida, para que entrara el nabo entero; me costaba trabajo, pero también era tan excitante…
De repente, el tío paró. Me quedé expectante, el rabo metido hasta mi garganta.
Miré al hombre, hacia arriba, y éste, con cara de lujuria absoluta, me dijo:
--Quiero follarte.
Me entró un calor tremendo: aquel tío quería follarme con aquella tranca. Solo hacía diez minutos mi previsión era que el hombre me la chupara e irme a mi casa con el dinero, y ahora me estaba proponiendo follarme…
Quería sacarme la polla de la boca para hablar, pero por otro lado estaba tan bien con aquel inmenso cacharro alojado hasta la garganta…
--Te daré 60 euros más…
Me quedé lívido: 60 euros, más los 40 que ya tenía, era más dinero del que hubiera tenido nunca…
Con el vergajo en la boca, mi polla actuó antes que mi cabeza. La verdad es que en ese momento me importaba poco el dinero; estaba sintiendo un placer extraordinario con aquella verga en la boca, y no me importaba imaginar cómo sería el placer de sentirla alojada en mi culo. Casi sin darme cuenta, estaba asintiendo, sin querer soltar mi presa.
El hombre sonrió, lascivamente, y entonces, a mi pesar, me sacó el nabo de la boca.
--Vamos a la parte de atrás, estaremos más cómodos para follar.
La palabra follar tomó entonces una dimensión distinta de lo que para mí era. Normalmente yo la asociaba a follarme a alguna de mis amiguitas, si se dejaba, pero aquí y ahora de lo que se trataba es de que aquel cuarentón bien conservado y con una polla descomunal me follara a mí.
Salimos del vehículo y nos metimos en la parte trasera. Era muy amplia, y sobre todo no tenía la caja de cambios entre los asientos, que era uno solo, muy grande, casi como una cama.
El hombre me tomó de la cabeza y me hizo inclinarme de nuevo sobre su polla.
--Ensalívamela bien, para que esté lubricada, mientras yo te trabajo un poco el culo para dilatártelo.
Entonces se metió un dedo en la boca y poco después lo hundió en mi culo, mientras yo me aplicaba a ensalivar al máximo aquel vergajo. El hombre se fue humedeciendo progresivamente dos, tres y hasta cuatro dedos, que fue introduciendo en el agujero de mi culo, con un trabajito que, tengo que reconocerlo, me estaba dando un placer tremendo. Si aquello era con varios dedos, ¿qué no sería con la verga que tenía aquel tipo?
Cuando consideró que mi culo estaba ya suficientemente dilatado, el hombre me dijo que me pusiera encima de su polla, abierto de piernas.
Entendí lo que me pedía y, con miedo, por qué no decirlo, lo hice. Me situé sobre su polla, mientras notaba como él, con su mano, dirigía su carajo hacia el agujero de mi culo. Noté enseguida algo gordo, caliente, viscoso y duro, que se restregaba por aquella zona íntima de mi anatomía, y de repente el hombre me cogió de los hombros y tiró de mí con fuerza hacia abajo.
Cuando su pollón entró en mi culo, sentí un dolor fortísimo. Tanto que grité, aunque allí en medio de la nada no creo que me oyera nadie. Casi lloré de dolor. Pero el tipo me dijo:
--Ya verás como el dolor pasa enseguida y entonces te vas a alegrar…
Empezó entonces un metisaca, al principio lento, después cada vez más fuerte, y conforme me iba enterrando más y más su polla en mi culo, sentí que el dolor se tornaba en un placer inenarrable; me sorprendí con la boca abierta y cayéndoseme la baba por las comisuras: no me importaba. Sólo me importaba que aquella barra de hierro siguiera taladrándome el culo, abriéndome en dos. Eché la mano y toqué aquella polla enorme mientras me follaba, sentí su dureza y a la vez su suavidad, como se enterraba cada vez mas en mi culo, como mis huevos ya golpeaban rítmicamente sobre el vello púbico del hombre, me sorprendí abriéndome las cachas con las manos, en un intento de que aquel nabo me entrara un poco más, cada vez un poco más.
El tipo tiró de mi cabeza y se la acercó a su cara: lo vi entones, la cara congestionada, la boca abierta, la lengua semisacada, y sé que quería besarme. Yo abrí a la mía y saqué la lengua, totalmente entregado a aquel macho que me poseía como nunca pensé que me poseería nadie. Me dio un beso largo, profundo, las lenguas enroscándose una con la otra.
Entonces se separó y me dijo:
--Quiero correrme en tu boca.
¿Y sabéis qué? Aquel machito que era yo, que media hora antes abominaba de cualquier mariconada, asintió con los ojos desencajados y totalmente perdida la compostura.
Me saqué el nabo del culo, con dolor de corazón, pensando en lo que venía ahora. Me agaché en el regazo del hombre, que me dijo:
--Mírame mientras me corro, quiero ver tus ojos de deseo.
Abrí la boca cuanto pude, saqué la lengua al máximo y lo miré:
El tío me puso la polla sobre la lengua, y empezó a jadear cada vez más fuerte. El primer trallazo de leche me llegó hasta la campanilla; el segundo, tercero, cuarto, quinto y sexto se fueron depositando sobre mi lengua. No tenía idea de a qué sabia aquello, pero pronto lo pude comprobar. El hombre me enterró su pollón en la boca, y entonces pude apreciar el raro sabor del semen, extraño pero cautivador, muy morboso. Tan excitante que empecé a mamarle el nabo mientras me iba tragando poco a poco la ingente cantidad de lefa que el tío me había echado en la boca.
Seguí mamando y disfrutando de las últimas gotas de leche que el pollón echaba de vez en cuando.
Cuando ya pareció que no quedaba nada, el hombre se sacó el nabo de mi boca.
--Déjalo ya, que me lo vas a gastar… --bromeó.
Me miró y dijo:
--Para no ser maricón, la verdad, lo haces muy bien…
Yo no supe qué decir, la verdad. Nos recompusimos y volvimos a la ciudad. Antes de dejarme me dio los otros 60 euros prometidos, pero me dijo:
--¿Sabes? No sé si realmente te debería dar esos 60 euros, o tú a mí: me parece que has disfrutado incluso más que yo, que me lo he pasado genial…
Como vio mi cara apenada, añadió:
--Pero no pasa nada, te lo has ganado limpiamente…
Me dejó en el mismo parque donde me recogió, y me marché a casa. Por el camino sentía el culo abierto en canal, me costaba andar. Y la boca la tenía llena aún de aquel sabor agridulce, áspero, tan extraño como inolvidable.
Ni que decir tiene que aquella no fue la última vez que estuve en el parque. De hecho, ahora voy todas las noches, y se ha corrido la voz entre los chicos que hay por allí que se van a tener que ir a otro lado, porque allí soy yo siempre el que me llevo a los clientes… No sé por qué será…
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